Lánguida, agotada y, aún así, feliz. Así estoy yo, como los relojes del cuadro de Dalí.
Supongo que es el mal del siglo XXI, pero yo estoy cada vez más convencida de que tengo algún duendecillo travieso a mi alrededor que me roba los minutos. Porque no puede ser otro el motivo de que los días, a pesar de estirarlos como chicles, se me queden tan cortos…
Y conste que, desde que descubrí Internet no he dejado de entrar en cuanto buscador ponen a mi alcance para localizar la página donde se solicitan los días de setenta y dos horas; pero nada, que no lo encuentro ni vivo ni muerto. Si alguien ha encontrado el enlace, por favor, ¡que me lo pase, ya!
Y si escaso es habitualmente el tiempo del que dispongo, lo de las últimas semanas ha sido de juzgado de guardia. Por eso, a pesar de que prometí actualizar este espacio con cierta asiduidad, no he podido cumplir con mi palabra.
¡
Y no será por falta de noticias!
Bueno, tal vez a vosotros no os parezcan tal cosa, claro, pero para mí son novedades que, en su mayor parte, alegran mis días y mis noches —que por cierto, cada vez son más largas, ya que me dedico a sisar minutos al sueño—. Pero, hasta que el cuerpo aguante, que decía aquél; que cuando venga el tío Paco con las rebajas, ya tendré tiempo de dormir…
Así que, voy a intentar poneros al día de todo lo que me ha ocurrido en estas tres semanas de desaparición bloguera. Para empezar estuvo la presentación de Cuando pase la tormenta en Madrid que, a pesar de que auguraba ser un auténtico desastre gracias a los esfuerzos de nuestro amigo Murphy, y que ya os comenté, parece ser que ese día me dio asueto y todo salió a las mil maravillas.