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Contra la pereza, diligencia...


Hola, amigos,

Sí, ya veis, la teoría la conozco al pie de la letra, pero la práctica...

En mi caso la susodicha diligencia debe ser una del siglo XIX. De esas que atravesaban los vastos páramos del Lejano Oeste expuestas a las inclemencias del tiempo, los avatares del destino, los ataques de los comanches y la velocidad de los caballos que tiraban de ella porque, lenta va... lentísima. No sé si es por culpa de los avatares del destino o porque los caballos de vapor que tiran de mi carrocería han perdido la fuerza...

Efectivamente, como supones, me refiero al poco fuste que impongo a la marcha de mi próxima novela; Tras la estela de un sueño, planteada, estructurada e incluso empezada hace... o más, y detenida en una parada de postas desde hace más de siete meses en la página doscientos y pico.

¿Que por qué? Pues no sabría deciros exactamente, pero lo cierto es que un día cerré el archivo con la sana intención de abrirlo al día siguiente y continuar con la historia de Rafa, Cristina y Niki y, hasta hoy. Desde aquel lejano mes de noviembre no he vuelto a abrirlo salvo hace unos días, para leerlo de tirón. Y sí, reconozco que me gusta. Que puede que no sea lo mejor del mundo mundial, ya, pero cumple mis expectativas y me siento orgullosa de cada palabra escrita, lo que viniendo de mí y sobre mí misma, es mucho, os lo garantizo —nadie necesitaría enemigos si tuviera un ego tan cruel como el mío. Admito que me trato fatal—.

Entonces, dirás, ¿por qué no sigues y lo acabas de una maldita vez? Pues eso mismo digo yo, al menos me quitaría este «muerto» de encima, que ya me pesa como un mal matrimonio. Pero, aunque quisiera, no sabría responderos mis motivos. No sé por qué no continúo hasta el final y lo doy carpetazo, máxime sabiendo lo que quiero escribir.

Lo peor de todo es que he dejado a mis protagonistas en un momento álgido del relato, en el instante en que la trama comienza su desenlace y están a punto de alcanzar con la punta de los dedos la estela de esos sueños que tanto anhelan. Si al menos los hubiera dejado en mitad de una tórrida escena erótica, como mínimo podría decir que estaban pasando un buen momento cuasi-eterno, pero ni siquiera eso, que los he plantado en mitad de una sofoquina, encerrados entre las cuatro paredes de mi imaginación, sin que ocurra nada.

Mientras tanto, mis caballos se enfriaron, murieron y fueron enterrados, a la espera de nuevas monturas que hicieran avanzar la novela. Y durante todo este tiempo, la carrocería de mi diligencia se agrietó allá donde los comanches dejaron el impacto de sus dañinas flechas y el polvo del camino —en singular, malpensados—, se coló en el interior volviendo el ambiente casi irrespirable.

Cruel situación, ¿verdad? Lo reconozco, mis chicos no se merecen esto y han venido a quejarse muy seriamente. ¡Menos mal, porque me han hecho reaccionar!, aunque poquito, no vayamos a engañarnos.

Tal vez ese es el motivo por el que uno de estos últimos fines de semana decidí ser honesta con ellos, hacer limpieza, abrir las ventanas de par en par y dejar que los malos humores y las nocivas partículas en suspensión regresaran al lugar del universo al que pertenecen. Ahora, después de la obligada «campaña de lustre y abrillantamiento veraniego» todo reluce de nuevo y mi diligencia espera ansiosa que mis personajes abandonen su encierro y vuelvan a ocupar su interior para transitar los caminos de mi descabellada creatividad.

Solo hay un problema, el cochero, aburrido de esperar, se ha apuntado al pluriempleo y ahora está inmerso en una abrumadora pereza que le impide subirse al pescante y jalear a los jamelgos para que corran veloces por los páramos desconocidos de la imaginación, en donde, como en el poema de Machado, «se hace camino al andar».

Eso sí, una servidora, pragmática donde las haya, ha visto las orejas al lobo y ha empezado a cargar sus pilas.

De momento, he creado un booktrailer que, perdonadme la osadía y presunción, cuanto más lo miro más me gusta. (¡Cómo somos las madres, que incluso nuestro más feo retoño —suponiendo que lo sea— nos parece precioso!). Aquí os dejo la muestra y, para empezar a dar alfalfa a mis vaguísimos caballos de vapor, intentaré ir dejandoos algunos retazos de este relato que me inciten a vencer esta pereza que me corroe. Un beso y sed felices lo que queda del día.

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Ver comentarios

  1. Cris23 de junio de 2013, 17:36

Un booktrailer estupendo y la novela será fantástica y genial....y «saldrá» cuando tenga que salir....lo bueno se hace esperar.....ánimos..... besis

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Respuestas

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  • Lucía de Vicente23 de junio de 2013, 17:59

Gracias, Cris. Si no fuera por vosotras... no sé qué sería de mí, jajajaja. Insisto, gracias por esos ánimos que ponen gasolina a mi depósito.

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  1. Bella Galilea23 de junio de 2013, 18:13

Es la primera vez que te comento pero, me he sentido tan identificada, que no he podido no hacerlo. A mí me suele ocurrir justo en ese punto de las historias: exactamente cuando se desencadena el final. Existen mil motivos válidos para ello y ninguno en absoluto, así que mi técnica es bien simple. Me recuerdo que escribo novelas románticas porque son tributos al mejor dios existente: el amor. Y me obligo a meditar sobre lo maravilloso que es, por ejemplo, ser abrazada por la persona a la que amas en el momento en que más lo necesitas. Y me advierto a mí misma(con un punto sádico) que si no continuo la novela y pongo el punto final a esa historia soy yo, al nivel de las malas madrastras de Disney, la que los estoy privando de esas sensaciones. Para ese momento mis personajes son tan reales para mí que me siento horrible por ser la causante de su infelices-para-siempre-jamás y el remordimiento termina, invariablemente, ganando a la pereza. Generalmente, desde ese punto hasta el final, las palabras vuelan y, antes de que me quiera dar cuenta, ya tienen su final feliz. Espero que los tuyos lo tengan, que sea grandioso y que te podamos leer pronto. Besos y fuerza!

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  1. Lucía de Vicente24 de junio de 2013, 11:58

Gracias por tus consejos Bella. Es que en mi caso se junta la pereza con un exceso de trabajo y claro, el tiempo ya no me da más de sí. Paso toda mi jornada laboral entre lecturas, correcciones, manuscritos, etc., y cuando acabo, lo último que me apetece es ponerme a escribir mi propia novela. Normalmente no me quedan ganas para ponerme a encontrar mi propia voz, menos para utilizarla. Un beso e intentaré utilizar tus técnicas disuasivas a ver si causan efecto.

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